La competencia es una cosa sana, mientras los competidores se abstengan de la coacción y el engaño. Esta abstención permite que se mantenga la sociedad; se benefician los miembros de la Sociedad de esa competencia. La competencia sana permite que se forme una jerarquía de competitividad productiva y servicial. Es cuando la competencia se desvía del respeto a la libertad y la propiedad que las jerarquías se corrompen; sufre la sociedad. Ni el engaño ni la agresión física malintencionada deben tolerarse en una relación social si queremos una sociedad funcional y productiva.
Obviamente, el uso de la agresión física es parte de muchas actividades humanas, como el deporte. Pero, aún allí, las reglas generalmente, con excepciones notables como el boxeo, football americano, y rugby, prohíben el daño hecho a la propiedad física de la persona en el juego, especialmente la vida del jugador. Además, también esos juegos tienen otras restricciones que limitan la coacción para evitar que se convierta en guerra, una actividad donde gana el que mejor usa la coacción y el engaño, por mucho que se diga que también tiene reglas. Dentro del equipo que gana una guerra, los miembros se restringen a la jerarquía moral, pero hacia fuera, es guerra, nada de respetar la Ley.
La Ley, que prohíbe la coacción y el engaño, preserva la sociedad, que nos beneficia a todos con mejores bienes y servicios. La competencia sana estimula la oferta de mejores productos en el comercio, la dinámica más básica en una sociedad. Las empresas, cooperativas por definición, al tener que competir dentro del respeto a la libertad y la propiedad, producen mercancías de mejor calidad que la competencia o no ganan tanto dinero como la competencia. Pueden incluso desaparecer si engañan tanto a los consumidores que, al darse cuenta estos últimos, se quedan con insuficiente clientela para pagar más producción.
En la economía, esa dinámica dentro de la Sociedad que intercambia bienes y servicios que pueden cuantificarse, la competencia sana produce jerarquías de competitividad, de aptitud, capacidad, talento, idoneidad, y especialmente de excelencia. Esa aptitud, capacidad, y excelencia, producidas por competencia sana, hacen posible que tengamos a nuestro servicio cirujanos que nos salvan la vida, maestros y profesores verdaderamente expertos en su tema, deportistas y artistas que nos hacen la vida más amena, igual con los demás campos de actividad social. Pero, cuando la competencia se extravía con la coacción o el engaño, sufre la calidad en todas esas actividades, con consecuencias negativas para nuestra salud y bienestar colectivo.
Cuando la competencia se infecta con la coacción y el engaño, la sociedad sufre, la Sociedad se corrompe. En consecuencia, las diferentes dinámicas en la Sociedad, como el comercio, la política, la economía, la familia, la educación, etc., se pervierten y la calidad de lo que deben producir se deteriora. Las consecuencias más graves de esas perversiones son las que suceden en la política, ya que impactan directamente el resto de las actividades sociales. Una vez se permite la coacción y, especialmente, el engaño en la competencia por el control del poder público, la Sociedad entera se enferma por la aplicación patológica de la fuerza pública.
Una vez se infiltra la coacción y el engaño en el gobierno, cada vez que se usa el poder público para algo que no sea limitar las violaciones a la libertad y la propiedad, se contamina la dinámica que tocó. Esa dinámica contaminada, sea la de la educación, el campo médico, el sindicalismo, o la económica, ya no se organiza en jerarquía de excelencia, de capacidad, de talento, sino en jerarquía de poder.
Allí ya no se produce lo mejor en ese campo, sino se trafica en influencias para el acceso a recursos que no se utilizan de manera óptima. Todo se politiza. La competencia en todos los campos infectados se desvía de la aptitud en el campo particular a la competencia por el poder.
En fin, la competencia es cosa sana, mientras no se infecte con la coacción ni el engaño. Lo más importante para cualquier Sociedad, cualquier Estado, es entender este punto. La coacción y el engaño envenenan todo lo que tocan. Pero, lo más peligroso de los dos es el engaño.
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Fotografía de: Nicolas Hoizey en Unsplash
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